20 abril 2007

¡¡¡EN EXCLUSIVA, LAS IMPACTANTES IMAGENES DEL PARTO DE LA MUÑECA BARBIE!!! ¡¡¡DOCUMENTO EXCLUSIVO!!! ¡¡¡NO APTO PARA SENSIBLES!!! ¡¡LA VIDA MISMA!!

ESTA ES BARBIE, CON LA COCINA LLENA DE HUMO.







AQUÍ LA VEMOS EN EL MOMENTO EXACTO QUE ROMPE BOLSA, ANTE LA ATÓNITA MIRADA DEL PERRITO SEBASTIAN.




EL CABALLO RODOLFO TAMBIÉN SE ACERCÓ A DAR UNA MANO.
COMIENZAN LAS CONTRACCIONES...
LAS CONTRACCIONES SON ¡¡¡CADA 30 SEGUNDOS!!!
YA EMPIEZA A SACAR LA CABECITA LA PEQUEÑA CRIATURITA...
¡¡¡PUJA, BARBIE, PUJA!!!
¡¡¡YA SALIOOOOOOO!!! ¡¡¡SPAAAAARTAAAAANNNNN!
ACÁ TA MI BEBE...

VAMO A LAVARLO...



















Y ACÁ ESTÁ EN LA CUNITA, LIMPITO Y CONTENTO.




























































18 abril 2007

Increíble historia de cómo por hacerle caso a mí médico terminé jugando al golf en Inglaterra, luego de escapar de los sabuesos de la Scotland Yard, que me buscaban por agarrarme a trompadas con la Reina Elizabeth II...

No quiero alarmar a nadie, pero el martes estuve muy enfermo. No se preocupen, ya estoy bien, pero la verdad es que lo pasé bastante mal. Según los médicos, se trató de una rara enfermedad llamada "resfrío" que tapona los conductos nasales con una bola de moco, la cual puede variar su consistencia desde "liquidita" a "durita". La liquidita es bastante más molesta, porque chorrea y tenés que andar limpiándote repetidamente. En cambio la durita es más cómoda, porque se queda quieta, pero más dolorosa a la hora de la extracción con la uña del meñique, porque está agarrada a los pelitos de la nariz.
Bueno, la cosa es que estuve muy enfermo, así que contraté los servicios de una enfermera para que me brindara cuidados y atención. Por suerte, la cosa no pasó a mayores y al otro día ya estaba bailando foxtrot en un cabarulo del barrio sur.
La cosa es que salir no me hizo nada bien y tuve una recaída. Llamé a mi médico de cabecera y este me recomendó un cambio de aire. "Andate unos días de viaje, renovate, desestresate, y de paso pagame lo que me debes, que hace como dos años que...". Ahí corté la comunicación, porque no me gusta mezclar negocios con placer. De todas maneras, decidí hacerle caso. Un cambio de aire me renovaría. "Inglaterra sería un buen destino" me dije, y a la mañana siguiente ya estaba parado en el Aeropuerto Internacional de Heathrow, listo para pasar los controles esos donde te cachean para que no metas ninguna bomba. Que te manosee un compatriota, vaya y pase, se entiende, son cuestiones de responsabilidad civil; pero a un extranjero no se lo permito. Así que me le planté al guardia y pegándole una bofetada, le grité en el rostro "¡I am not arabian, i am argentinian, you no touch my balls, así que me respetás boludito y me dejás pasar o te parto esta cantimplora en la cabeza, ¿understand boy?
Así fue que, gracias a mi actitud resuelta, el guardia no me revisó nada y me dejó pasar, pudiendo ingresar al Reino Unido dos litros de ferné que llevaría de regalo a unas cordobesitas amigas a cambio de unos mimos.
Estaba saliendo del aeropuerto cuando de repente veo a un chofer, parado al lado de una limusina, con un cartelito que decía "Dr. Formichael". ¡Chanta!, pensé, me ahorro el taxi. Me acerqué decidido y le dije "I am", sin siquiera mirarlo a los ojos. Muy displicente, el chofer me abrió la portezuela de la limo y me ayudó a ingresar. ¿"Good travel, sir"? me preguntó amablemente el chofer apenas inició el recorrido. "Close de tip and drive, sad balls" ("cerrá el pico y manejá, bolas tristes"), le respondí. Habiendo comprendido claramente lo que se le decía, el chofer no habló más y condujo durante un rato, hasta detenerse frente a una inmensa mansión que tenía un discreto escudito de armas sobre la leyenda "Windsor Castle" . Ingresamos, y al rato estaba yo rodeado de un montón de gente que me hacía reverencias y me señalaba que los siguiera, lo cual hice sin chistar, siguiéndoles la corriente. Subimos un par de escaleras hasta una habitación de estilo victoriano. Me abrieron la puerta y al ingresar, me encuentro con lo inesperado. Frente a mis ojos desconcertados, tirada en una cama de dos plazas y completamente desnuda, retozaba la Reina Elizabeth Alexandra Mary Windsor, más conocida como la Reina Elizabeth II, mostrando abiertamente como el tiempo se había ensañado vilmente con su cuerpo.
En eso, la reina madre se voltea hacia un costado, dejando al descubierto sus partes menos glamorosas, y mirándome lascivamente, me levanta una ceja. "¡Castigo de Dios! -grité enloquecido en perfecto inglés- ¡Yo a esta vieja cachafaz no la toco, manga de degenerados!".
Todos quedaron mirándome extrañados. En eso, uno de los súbditos, me señala una mesita donde descansaban los adminículos necesarios para practicar un completo enema. "¡Ahhhhhh, la vieja anda seca de vientre! ¡Así que esto es lo que querían!"
Ahí nomás me calcé los guantes y le hice un enema, aplicando los conocimientos adquiridos en el correo de lectores de una revista de pornografía sadomasoquista titulada "Hágalo usted mismo". No voy a contarles el procedimiento completo por una cuestión de secreto profesional. Sólo puedo decirles que todo fue un éxito y que diez minutitos más tarde todo había terminado. Le palmé una nalga a la vieja y le dije "ahora vaya de cuerpo tranquila doña" y me paré orgulloso de ayudar a una reina en su proceso de libertad intestinal. Todos me reverenciaron y me daban palmaditas. "Thank you Dr. Formichael", me repetían una y otra vez, mientras me acompañaban a la salida, donde, para sorpresa mía, me entregaron fajo de euros, en pago a mis servicios.
Con la misión cumplida y dinero en la mano, decidí que era un buen momento para celebrar. Conociendo la buena fama de los pub londinenses, me metí en el primero que encontré y me pedí un scotch on the rocks. Lamentablemente, soy un hombre de mal beber. A los cuarenta minutos ya estaba parado en el mostrador, mostrándole mis partes a los parroquianos ingleses, explicándoles gráficamente el motivo de que los embutidos del Mercosur sean considerados los más confiables del mundo. Completamente borracho y ya sin dinero, decidí que había realizado un buen trabajo con el problemita de la Reina y que me merecía un poco más de dinero. Obviamente, suponía que en mí estado no me iban a dejar entrar, así que salté la tapia, trepé las paredes y me metí directamente en la habitación donde la reina descansaba. Allí se produjo el siguiente diálogo:
Yo: reina, reina, despertate, necesito plata...
Reina: hummmm.... hummmmm
Yo: dale che, dame un poco de guita, no seas ortiba.... reina de la candonga... jejeje
Reina: (abriendo los ojos): ¡oh! ¡Dr. Formichael! ¡What happens! ¡Call 007! ¡Bond! ¡Booooond! ¡Mayday, mayday!
Yo: (con los ojos inyectados en sangre) ¡¡¡ahgghssksgjk!!!
Reina: ¡you are not Dr. Formichael! ¡you are argentinian!
Yo: seeeeeeeeeeee (con un colgajo de baba cayendo de mis labios) ¡Maradona! ¡Ricky Maravilla! ¡Buh! ... seeeeeeeeeeeeee... ¡¡¡ahgghsghghsksgjk!!!
Ahí la vieja, con un rápido movimiento, sacó unas boleadoras que le había regalado Menem y me las arrojó violentamente al cuello. Obviamente, yo no estaba en estado de andar evadiendo nada, y una de las bolas me pegó en la frente y casi me desmaya. La vieja, aprovechando mi confusión, se abalanzó sobre mí con una sentadilla de nalgas el estómago, la que logré esquivar, para sobreponerme y decirle: "Así que querés piña, vení que te presento a mi amigo José... José Uppercut". Enloquecida, la reina se me abalanzó como una nutria en celo, pero yo la evadí al tiempo que le daba un potente talonazo en el tabique. Ahí trastabilló. Así que aproveché y le hice un piquete de ojos, le metí un cabezazo tucumano en la pera y le apliqué una doble nelson. Ahí perdió el conocimiento.
Una vez repuesto de la lucha, comprendí lo comprometido de mi situación: había dejado malherida a la Reina de Inglaterra, lo cual podría derivar en un conflicto internacional. Era prioridad entonces, que no me atrapara la policía. Me deshice entonces de mis ropajes y me enfundé en un sobretodo que encontré en el armario de la reina. Ahí salté por la ventana y salí corriendo por el patio de la mansión.
Corrí y corrí sin ver nada sospechoso. Ya estaba fuera de peligro cuando pasé por un colegio privado de señoritas de la alta sociedad inglesa. Sin poder refrenar mi honesto sentido del humor, decidí echarme una vueltecita por allí y pasar a saludar a las jovencitas, tal como se ve en la fotografía. Lamentablemente, a las autoridades del colegio mi broma no les pareció graciosa y llamaron a la policía. Otra vez a correr para escapar de los polizontes, que esta vez me pisaban los talones (me alcanzaron cuando paré a sacar unas lindas fotos del Big Ben).
Corrimos por acá, corrimos por allá y en eso me meto en un campo de golf, donde rápido de reflejos, me hice pasar por aprendiz, evadiendo a los sabuesos de la Scotland Yard.
Y la verdad que me la pasé muy bien todo el resto de la semana, tomando clases de golf con mi profe, que es muy bonita por cierto y con quien tuvimos química inmediata, lo cual posibilitó que, antes de volver al país, le enseñara una vieja receta casera que estuvo por generaciones en mi familia y que se llama "Salamín a la Inglesa con salsa Golf".

05 abril 2007

VERDADERA E INCREIBLE HISTORIA DE COMO EL CABALLO RODOLFO, CINCO CONTORSIONISTAS RUSAS Y YO SALVAMOS A LA CIUDAD DE LA INVASION DE UN EJÉRCITO DE PINGUINOS DE LA ANTARTIDA.
Estaba yo en mi morada de calle Las Heras, trabajando junto a Natasha, Katrishka, Nicolaiévna, Annetchka y Kamchatka, cinco bellas contorsionistas del Circo Zarista de Kiev, (a quienes contraté para que me ayuden en la realización de mi nuevo libro "Kamasutra Reloaded"), cuando cansados de tanto traqueteo, decidimos tomarnos un breve descanso para que las rusitas pudieran descansar un poco y tomarse un Gaitoreid para reponer sales. En eso estábamos cuando de repente, con un estruendo diabólico, se abrió un boquete en el machimbre e ingresó al living room un considerable pedazo de hielo, mas o menos del tamaño de un seno promedio, que impactó contra la pantalla de mi televisor de plasma de 109 pulgadas. "¡Caramba! –bromee- Jesús está descongelando la heladera".
Sin perder la calma, encendí un habano con un billete de cien pesos y me dirigí hacia el patio a entrar a Rodolfo, mi caballo. Sí, cual es. Es perfectamente normal tener un caballo. Además, me lo regalaron. Y tal como dice el dicho: a caballo regalado no se le miran los dientes. Ya sé que ese chiste no tiene gracia, pero como cuando lo escribí estaba disfrazado de la caja vengadora Cindor con un sorbete gigante en las manos, entonces tienen que reírse.
A todo esto, los cachos de hielo continuaban cayendo del cielo, demoliéndome las chapas acanaladas, los vidrios que daban al este, las canaletas, los farolitos, la antena y el asador del fondo del patio. Sin embargo, como no soy hombre que se altere fácilmente, destapé una botella de Smirnoff, les dije a las rusitas "Chicas, chicas, no tengan miedo, vamos hacernos unos mimos mientras esperamos", y me tiré en una cama de agua a retozar. Y ya estábamos con las chicas acomodándonos cuando sucedió lo increíble. Cinco pingüinos, llegados quien sabe de dónde diablos, prorrumpieron en mi propiedad, gritando y pateando la puerta, cual pingüinos ninjas, armados hasta los dientes. Como soy rápido de reflejos, en un ágil movimiento estratégico de defensa, tomé de las piernas a Katrishka (que es la más flaquita de las rusitas) y girando sobre mi propio eje, la arrojé con todas mis fuerzas, haciéndola impactar contra el blanco torso de uno de los pingüinos, que cayó seco al instante.
Ya estaba yo tomando de las piernas a Kamchatka (que se debatía enloquecida, sin comprender que su sacrificio salvaría vidas ¡vidas inocentes!) cuando uno de los pingüinos, en quien reconocí al jefe del grupo, (lo reconocí por la ferocidad de sus ojos, su temple valiente, su postura gallarda y por un cartelito que tenía colgado del pecho que decía "Jefe"), me puso el caño de una 9mm entre los ojos. Acorralado, me quedé quieto y decidí que era buen momento para negociar. Ahí se produjo el siguiente diálogo:
Yo: ¡Recórcholis!¡Retruécanos! ¡Repámpanos!
Jefe: Así que se resiste el humano asqueroso...
Yo: ¿qué quieren? ¡Malnacidos!
Jefe: apoderarnos de la ciudad.
Yo: ¿vos y que ejército?
Jefe: éste – respondió, mostrándome una foto de un ejército de pingüinos- ellos están en este momento sitiando la ciudad y realizando el ataque con hielo. Cuando le demos la orden, invadirán y la ciudad será nuestra.
Yo: ¡eso nunca! ¡no lo permitiré!
Jefe: ya lo sabemos, por eso primero vinimos a eliminarte.
Yo: ¿Y para que quieres la ciudad, maldito bravucón!
Jefe: ¡Eso no te importa!
Yo: ¡Come torta, cuchillito que no corta, con tu hermana la gordota pingüinota!
Obviamente, mi respuesta no le gustó nada al jefe pingüino y de un aletazo me dejó la jeta colorada.
Yo: Una foca pegaría más fuerte -le dije con sorna, mientras comenzaba a gestar un plan- así que no creo que puedan conquistar la ciudad unos pingüinos maricotas.
Jefe: ¿Acaso tienes alguna duda?
Yo: Sí... tengo duda la candonga...
Ahí pasó lo que tenía que pasar. Obviamente, mi infantil chacota no le gustó nada al jefe pingüino, que presa de la locura, se abalanzó sobre mí dispuesto a liquidarme, haciéndome una "doble talón a la garganta" que me hizo trastabillar. Sin embargo, eso era precisamente lo que yo esperaba para poner en práctica mi plan; porque si algo me enseñó la televisión, es que un zaino siempre defiende a su gaucho. Así que tal como lo imaginé, como un guerrero dormido, el noble equino Rodolfo se paró en dos patas, relinchó y con la herradura derecha, le voló los dientes al pingüino jefe.
Ahí nos enfrascamos todos en una titánica lucha. Kamchatka, Katrishka, Annetchka y Nicolaiévna se subieron encima de Natasha y desde su grupa lanzaban PGCN (Patadas Giratorias de Chuck Norris), mientras yo y Rodolfo, espalda con espalda, peleábamos en desigual lucha contra el grupo comando de pingüinos ninjas, que eran más resistentes de lo que preveíamos. Mientras tanto, la granizada caía con mayor fuerza sobre la ciudad, arrojada con ímpetu por el impaciente ejército de pingüinos que aguardaba la señal para invadir o se volvían a la Antártida. Fueron quince minutos de combate tremendo, terrible, trepidante, pero, afortunadamente, logramos vencer a los pingüinos y salvar a la ciudad de la invasión. Minutos más tarde, la granizada paró y el ejército de pingüinos regresó al continente blanco. Esa misma noche, estábamos el ilustre caballo Rodolfo, las rusitas y yo, tomando vodka y comiendo pingüinos a la parrilla, celebrando nuestra victoria.
Pero lamentablemente, el destino nos tenía una jugarreta preparada. Esa misma noche llovió y llovió y otra vez sopa. Vino agua de arriba (lluvia), de los costados (allá y allá) y de abajo (del baño). Todavía no saqué el olor a pescado de la casa por la inundación de Navidad, que ya me agarró la inundación de Pascuas. Por las dudas, ya voy preparando las bolsas de arena para el Día de Acción de Gracias.
No sé que onda che, pero estaría bastante bueno que los que tienen el poder y los recursos para evitar este tipo desastres dejen de boquear como pescaditos y se pongan a laburar de una vez por todas. Conseguir un grupo de ingenieros hídricos no debe ser demasiado difícil y plata para pagarles hay de sobra; en todo caso, si les falta guita, rajen un par de ñoquis y problema solucionado. La gente no es pelotuda.