13 enero 2009

Versión abreviada de lo que pasó en Año Nuevo con los pichones, porque estoy cansado y tengo un montón de trabajo.

En primer lugar, el respeto por los lectores, que aunque sean dos o tres, no es que valen “menos que un tarro de mierda” como dice mi madre, sino que son personas, personas frustradas, fracasadas y sin un proyecto de vida, pero personas al fin.
Por eso, pido disculpas por mi prolongada ausencia, motivada por una serie de sucesos dignos de un cuadro de Wilheim Strawndoorf o de un film de H. P. Landwick (que ni siquiera existen, pero fijate como parece que sé un montón de arte solamente porque pongo nombres raros). Y como recién llego y estoy algo cansado todavía, voy a hacer un “cortito” con la versión abreviada de lo que pasó con los pichones.

La furiosa nochevieja: “El ataque de los pandas infiltrados”
Como ya saben, yo había realizado un pedido a Greenpeace para intercambiar una lancha de dos motores por dos pichones de palomas que había encontrado mi mamá. El trato era simple, una lancha de dos motores a cambio de los pichones. Sin embargo, las cosas no salieron como debían, ya que, nunca supe que estaba tratando con un maldito. Y lo digo sin tapujos, porque primero me llamó por teléfono y me dijo que me iba a dejar la lancha con el trailer, a medianoche, afuera de casa, tiempo en el que yo debía de soltar los pichones, disimulando todo el intercambio con los ruidos de los petardos y el humo de los cuetes.
Sin embargo, yo no confiaba en su timbre de voz, algo en mi interior me decía que todo estaba mal, así que colgué la bocina y salí corriendo a los jardines de mi maisonette, solo para ver, con los ojos desorbitados y una creciente furia en mi pecho, como dos osos pandas se habían infiltrado en mi propio hogar, y liberaban a los pichones en un imprevisto operativo comando.
Yo siempre digo que la violencia no soluciona nada, pero ayuda a que uno se calme, así que tomé mi dieciséis dispuesto a hacerme un chaleco blanco y negro. Apunto, y justo se vienen como quince minitas floggers, todas en pelotas, activistas contra el uso de pieles, quienes con una serpenteante danza corporal, me hiptnotizaron y me violaron en repetidas ocasiones. Ahora, aparte de sentirme violado, siento que no puedo confiar en nadie, porque si Juan Carlos Greenpeace te caga, imaginate lo que hacen, no sé, Esqueletor o Munra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nooo.... que hijos de puta...bueno....mira el lado positivo...eh...eh...mira el lado positivo.