
Ahí nomás, miré hacia mis pies y al ver que comenzaban a mojarse me dije que no era el momento de entrar en pánico, así que sin mayores preocupaciones me acosté a descansar, lo cual fue un error, porque cuando me desperté, mi pobre madre, ¡mi santa madre! hacía desde la noche que estaba sacando el agua y la mugre de la casa. Atento como soy, le pregunté si necesitaba ayuda y ella me miró con rabia. Le pregunté otra vez y me arremangó el palo de escoba en el lomo al grito de “inútil, vago, rajá de acá, andate a vivir solo de una vez”. Convencido de que no era el momento adecuado para intentar razonar con ella y explicarle las bondades de mi compañía, intenté ir a casa de unos amigos, pero ¡santas aguas servidas Batman! todo estaba inundado y parecía el Amazonas, pero con más cables tirados. Gracias a Dios, soy buen nadador, así que me fui estilo pecho a visitar a los amigos y parientes, esquivando árboles, autos, cables y chapas. Pero me cansé enseguida, así que me volví a casa y saqué mi equipo de emergencia para trasladarme en estas situaciones. Y en eso se me fue el día, y se me hizo la noche y ¡caramba!, no tenía velas, no tenía agua potable, no tenía linterna, no tenía comida y el agua que no se iba a ningún lado. Y así se me fueron dos días, mientras intentaba rescatar de la tragedia mi más preciadas pertenencias.

Cambiando de enfoque, ahora me enteré que se va a lanzar un plan de reparación económica o algo parecido, así que hago pública la lista de cosas que perdí, para que me sean retribuidas como corresponde: dos plasmas de 42” (uno en el estar y el otro en la habitación); doce cajas de vajilla de porcelana importada; siete cajas de galletitas; un póster de Boca Campeón 1993; un chiffonier Luis XV torneado en ébano; doce cajas de Latour 1938; dos notebooks, y un par de chucherías más, valuadas en unos cuantos miles de euros. Por las dudas, hice fotocopias de la lista y las tengo en casa. Así que me avisan nomás donde retiro mis pertenencias.
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