05 abril 2007

VERDADERA E INCREIBLE HISTORIA DE COMO EL CABALLO RODOLFO, CINCO CONTORSIONISTAS RUSAS Y YO SALVAMOS A LA CIUDAD DE LA INVASION DE UN EJÉRCITO DE PINGUINOS DE LA ANTARTIDA.
Estaba yo en mi morada de calle Las Heras, trabajando junto a Natasha, Katrishka, Nicolaiévna, Annetchka y Kamchatka, cinco bellas contorsionistas del Circo Zarista de Kiev, (a quienes contraté para que me ayuden en la realización de mi nuevo libro "Kamasutra Reloaded"), cuando cansados de tanto traqueteo, decidimos tomarnos un breve descanso para que las rusitas pudieran descansar un poco y tomarse un Gaitoreid para reponer sales. En eso estábamos cuando de repente, con un estruendo diabólico, se abrió un boquete en el machimbre e ingresó al living room un considerable pedazo de hielo, mas o menos del tamaño de un seno promedio, que impactó contra la pantalla de mi televisor de plasma de 109 pulgadas. "¡Caramba! –bromee- Jesús está descongelando la heladera".
Sin perder la calma, encendí un habano con un billete de cien pesos y me dirigí hacia el patio a entrar a Rodolfo, mi caballo. Sí, cual es. Es perfectamente normal tener un caballo. Además, me lo regalaron. Y tal como dice el dicho: a caballo regalado no se le miran los dientes. Ya sé que ese chiste no tiene gracia, pero como cuando lo escribí estaba disfrazado de la caja vengadora Cindor con un sorbete gigante en las manos, entonces tienen que reírse.
A todo esto, los cachos de hielo continuaban cayendo del cielo, demoliéndome las chapas acanaladas, los vidrios que daban al este, las canaletas, los farolitos, la antena y el asador del fondo del patio. Sin embargo, como no soy hombre que se altere fácilmente, destapé una botella de Smirnoff, les dije a las rusitas "Chicas, chicas, no tengan miedo, vamos hacernos unos mimos mientras esperamos", y me tiré en una cama de agua a retozar. Y ya estábamos con las chicas acomodándonos cuando sucedió lo increíble. Cinco pingüinos, llegados quien sabe de dónde diablos, prorrumpieron en mi propiedad, gritando y pateando la puerta, cual pingüinos ninjas, armados hasta los dientes. Como soy rápido de reflejos, en un ágil movimiento estratégico de defensa, tomé de las piernas a Katrishka (que es la más flaquita de las rusitas) y girando sobre mi propio eje, la arrojé con todas mis fuerzas, haciéndola impactar contra el blanco torso de uno de los pingüinos, que cayó seco al instante.
Ya estaba yo tomando de las piernas a Kamchatka (que se debatía enloquecida, sin comprender que su sacrificio salvaría vidas ¡vidas inocentes!) cuando uno de los pingüinos, en quien reconocí al jefe del grupo, (lo reconocí por la ferocidad de sus ojos, su temple valiente, su postura gallarda y por un cartelito que tenía colgado del pecho que decía "Jefe"), me puso el caño de una 9mm entre los ojos. Acorralado, me quedé quieto y decidí que era buen momento para negociar. Ahí se produjo el siguiente diálogo:
Yo: ¡Recórcholis!¡Retruécanos! ¡Repámpanos!
Jefe: Así que se resiste el humano asqueroso...
Yo: ¿qué quieren? ¡Malnacidos!
Jefe: apoderarnos de la ciudad.
Yo: ¿vos y que ejército?
Jefe: éste – respondió, mostrándome una foto de un ejército de pingüinos- ellos están en este momento sitiando la ciudad y realizando el ataque con hielo. Cuando le demos la orden, invadirán y la ciudad será nuestra.
Yo: ¡eso nunca! ¡no lo permitiré!
Jefe: ya lo sabemos, por eso primero vinimos a eliminarte.
Yo: ¿Y para que quieres la ciudad, maldito bravucón!
Jefe: ¡Eso no te importa!
Yo: ¡Come torta, cuchillito que no corta, con tu hermana la gordota pingüinota!
Obviamente, mi respuesta no le gustó nada al jefe pingüino y de un aletazo me dejó la jeta colorada.
Yo: Una foca pegaría más fuerte -le dije con sorna, mientras comenzaba a gestar un plan- así que no creo que puedan conquistar la ciudad unos pingüinos maricotas.
Jefe: ¿Acaso tienes alguna duda?
Yo: Sí... tengo duda la candonga...
Ahí pasó lo que tenía que pasar. Obviamente, mi infantil chacota no le gustó nada al jefe pingüino, que presa de la locura, se abalanzó sobre mí dispuesto a liquidarme, haciéndome una "doble talón a la garganta" que me hizo trastabillar. Sin embargo, eso era precisamente lo que yo esperaba para poner en práctica mi plan; porque si algo me enseñó la televisión, es que un zaino siempre defiende a su gaucho. Así que tal como lo imaginé, como un guerrero dormido, el noble equino Rodolfo se paró en dos patas, relinchó y con la herradura derecha, le voló los dientes al pingüino jefe.
Ahí nos enfrascamos todos en una titánica lucha. Kamchatka, Katrishka, Annetchka y Nicolaiévna se subieron encima de Natasha y desde su grupa lanzaban PGCN (Patadas Giratorias de Chuck Norris), mientras yo y Rodolfo, espalda con espalda, peleábamos en desigual lucha contra el grupo comando de pingüinos ninjas, que eran más resistentes de lo que preveíamos. Mientras tanto, la granizada caía con mayor fuerza sobre la ciudad, arrojada con ímpetu por el impaciente ejército de pingüinos que aguardaba la señal para invadir o se volvían a la Antártida. Fueron quince minutos de combate tremendo, terrible, trepidante, pero, afortunadamente, logramos vencer a los pingüinos y salvar a la ciudad de la invasión. Minutos más tarde, la granizada paró y el ejército de pingüinos regresó al continente blanco. Esa misma noche, estábamos el ilustre caballo Rodolfo, las rusitas y yo, tomando vodka y comiendo pingüinos a la parrilla, celebrando nuestra victoria.
Pero lamentablemente, el destino nos tenía una jugarreta preparada. Esa misma noche llovió y llovió y otra vez sopa. Vino agua de arriba (lluvia), de los costados (allá y allá) y de abajo (del baño). Todavía no saqué el olor a pescado de la casa por la inundación de Navidad, que ya me agarró la inundación de Pascuas. Por las dudas, ya voy preparando las bolsas de arena para el Día de Acción de Gracias.
No sé que onda che, pero estaría bastante bueno que los que tienen el poder y los recursos para evitar este tipo desastres dejen de boquear como pescaditos y se pongan a laburar de una vez por todas. Conseguir un grupo de ingenieros hídricos no debe ser demasiado difícil y plata para pagarles hay de sobra; en todo caso, si les falta guita, rajen un par de ñoquis y problema solucionado. La gente no es pelotuda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espectacular final!!! y gracias por sslvarnos de los pingüinitos malvados querido amigo