23 marzo 2007

¡¡¡MACGYVER SE COME A MI MAMI!!!

Verdadera historia de como arruiné por ambición el amorío entre MacGyver y mi mami y como eso tiene directa relación con el vehículo en el techo de la casa de mi vecino y con el raspón de mi rodilla derecha, al tiempo que brindo gratis una exquisita receta para una velada especial.

Anoche me liquidé una botella de whisky terapéutico y hoy me levanté con un significativo dolor en la rodilla derecha. Sé que, a simple vista, no una hay relación directa entre una cosa y otra; pero si ustedes hubieran llegado al patio de mi casa y hubiera visto el coche de mi mamá repostado como un centinela luego de una sangrienta batalla, en el techo de la casa de mi vecino, comprenderían que, muy probablemente, la relación entre una cosa y otra se cae de madura, como una manzana podrida se cae del árbol o como un ladrillo se cae al piso si se lo suelta desde el techo en presencia de la ley de gravedad.
Pero el auto en el techo es sencillamente, el resultado final de la ecuación, porque nadie en su sano juicio puede creer que, luego de eso, sea tan necio como para quedarme allí esperando o haciendo travesuras, sobre todo teniendo en cuenta que mi vecino es un experimentado cazador, como lo demuestran las cabezas de pequeños hobbits, de chicos de la casa de Gran Hermano que ya salieron, de chacales, de tigres siberianos y de dos mamuts, macho y hembra, (que él mismo fulminó, extinguiendo él sólito esa especie) que tiene colgadas en la pared del frente de la casa.
Bueh, decía que eso del auto es el final de la ecuación, así que vamos por el inicio. Según recuerdo, estaba yo en mi casa envolviendo en papel celofán un póster de Leandro de Gran Hermano, el cual compré para regalárselo a mi madre, para celebrar que, finalmente, saldría de la clínica de rehabilitación, donde pasó 14 meses recuperándose, luego de aquella pequeña explosión de ira que tuvo la pobre (cuando se enteró que lo de mi enfermedad terminal no era más que un engaño planificado para sacarle dinero y favores), y que me obligó a acudir a las autoridades policiales y sanitarias para encerrarla, ya que la muy demente me perseguía por la avenida con una lanza envenenada con curaré.
Pues bien, tenía entonces todo preparado para recibir a mi santa madre, voluntariosa mujer que a pesar de sus muchos intentos, jamás logró quitarme la vida que tan tiernamente me regaló. Sospecho que el amor de madre, enterrado en lo más profundo, negro y pantanoso de su ser, aún suspira. Emocionado como estaba, esa noche cociné para ella. Tomé las cuatro cosillas que había en el refrigerador y preparé una sopa caucasiana de caimán, acompañada por saludables rollitos de pollo macerado con humildes chauchas a la primavera; todo eso simple entrada de unas deliciosas truchas de Nairobi salpicadas en suave colchón de estofado de pimientos húngaros y filete Strogonoff. Y de postre, el digestivamente elocuente postre del camionero. Para beber, había destapado una botellita de Latour 1938 y un balde de agua de lluvia, que es bueno para ir de cuerpo.
En eso suena el timbre. Abro agitado como niño en Navidad y ¡oh caray! me encuentro con que mi madre no estaba sola, sino acompañada por un cincuentón de aspecto elegante, vestido impecablemente, con gesto pícaro y tumultuoso pelo cubriéndole a dos aguas la cabeza. Quizá por el estupor, tardé unos minutos en percatarme de quien era. ¡No lo podía creer! Le pregunté si era él y me dijo que sí. Le pregunté a mi madre si él era él, y me dijo que sí. Le pregunté a la pared y no me respondió. Le pregunté a mi fiel Pampa, y me miró extrañado. Le pregunté a él nuevamente, y me dijo que sí, y que si yo tenía algún problema mental o era así de boludo. Le exigí pruebas de su identidad y ahí nomás sacó del bolsillo su emblemática cortapluma del ejército suizo. Guau, me dije: MacGyver está mi casa.
Como buen anfitrión, los hice pasar y los invité al sector de la casa que usamos como living room (el verdadero living lo tengo ocupado como set de filmación de la tercera temporada de Lost), les serví una copita de cognac y nos pusimos a conversar. Allí me contaron de cómo se conocieron en la clínica donde MacGyver estaba tratando su adicción a las colegialas, y también charlamos acerca de la marcha de la Fundación Phoenix, de lo poco que le pagaba el viejo Pete Thornton, de su habilidad para resolver los más complejos entuertos con utensilios domésticos, de como Murdoc se había vuelto demente gradualmente, y de su estúpida e ingenua manía de no usar armas, controversial temática que nos enfrascó en una acalorada discusión. "Las armas son a los humanos, lo que los dientes alel diente de sable, o lo que las alas a los ángeles vengadores del infierno" sentencié. "Sólo un estúpido malnacido sin cerebro diría algo así", me replicó enojado Macgyver. ¡Qué! ¡Faltarme el respeto en mi propia casa! No señor. Eso sí que no. Ahí nomás saqué mi flamante escopeta de su estuche, le apoyé ambos caños entre los ojos y le dije ¡"Ma qué"!. Ni lerdo ni perezoso, MacGyver sacó dos curitas, una tecla f y una tecla h de un teclado viejo, medio metro de alambre de cobre, un cabezal viejo de radiograbador y una lata de pintura Pintolín Latex Lavable de 1 lt, y fabricó, frente a mis ojos maravillados, una bomba de neutrones por activación remota.
"Está bien -le dije, reconociendo mi derrota- las armas no son la solución. Depongamos esta actitud belicosa y charlemos como familia ¡si casi eres mi padre!". Emocionado hasta la lágrima, MacGyver dejó a un lado su bomba y me dijo "Yo sabía que vos eras buena madera", al tiempo que intentaba abrazarme. Y ahí, de improviso, le patié los testículos, y le dejé la jeta colorada de una cachetada, mientras le afanaba el cortaplumas del ejército suizo, que me daría buen dinero en el mercado negro.
Salí corriendo como alma que lleva el diablo, con el maldito de MacGyver pisándome los talones de las patas y, algunos metros más atrás, mi santa madre, armada con su habitual calibre 50 mm dispuesta a convertirme en un colador, por probablemente haber arruinado su única oportunidad de ser feliz junto a MacGyver. ¿Dé dónde sacó esa calibre 50?
Por suerte, al llegar a la calle, vi el auto de mi madre estacionado frente a casa, así que me subí y pude escapar de ambos. Al cortaplumas la vendí por un montón de guita que después perdí en una competencia de palo enjabonado en una kermese de escuela primaria.
Abatido por esta vida miserable, me subí al coche y ahí vi la botella de whisky terapéutico que le habían recetado a mi mami en la clínica. El resto es historia conocida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jejeje

Anónimo dijo...

¡No, realmente genial! Me cagué de risa todo el tiempo, esos detallecitos son geniales.
Igual... MacGyver es medio "Hágalo usted misma"... con un arma es más fácil, caracho.

Muchas gracias por visitar mi blog y perdoná que haya tardado un huevo en devolver la visita, je. Besitos.