28 diciembre 2007

La historia de como entre mi madre y mi esposa lo molieron a trompadas a Papá Noel y le birlaron el trineo para ir a un bar de marineros finlandeses.

Chin don bell, chin don bell, guai chi from tun gel. Y se vino la Navidad nomás. Mucho cuete, mucha sidra, mucho pariente borracho, mucho lechón, en fin, la Navidad.
No sé que habrán hecho ustedes, pero yo la pasé en casa, con mi familia, es decir, con mi mami y mi esposa. En realidad somos una familia grande, bien italiana, pero si tenemos en cuenta a los parientes que nos hicieron juicio, los que me odian a mí, los que odian a mi mamá, los que odian a mi esposa, y los que nosotros odiamos entre los tres, contando también los que no pueden salir de la Colonia Montes de Oca y esos que nos olvidamos de invitar porque te morfan todo de arriba y no traen ni una garrapiñada, entonces la familia queda reducida a nosotros tres.

La noche comenzó temprano, cuando mi vieja pinchó el barril y se plantó al lado con la jarra juguera y le trajo un plato hondo de porcelana a mi esposa, para que tome directo de ahí, ya que proviene de una familia aristocrática del norte de Bolivia en la que tomar en vaso es mal visto. Mientras tanto, yo estaba sentado acariciando al perro y comiendo maní con chocolate, a la espera de que se descuiden para poder tomar un poco de barril, pero no me hacía problema, porque estaba entretenido viendo los tradicionales farolitos surcando el cielo, las cañitas voladoras, los tres tiros explotando, e imaginándome a la vecinita de al lado, vestidida de Papa Noel, trayéndome regalos a medianoche...¡kaboon!... De repente, un doble mecha me sacó de mi ensoñación. Levanto la vista y ahí las veo, borrachas y cómplices, a mi esposa y a mi madre (¡mi santa madre!), riendo de la travesura que me costó la uña del dedo pequeño del pie izquierdo. Después llegó el momento de la cena, que fue una verdadera sorpresa, debo decir, ya que mi madre apareció con una bandeja de Vitel Thoné. Casi me caigo de espaldas, ya que la última vez que cocinó fue en el mundial del ´78, después de que Argentina ganara la final. Emocionado hasta la lágrima, le dije en suave acento de su Rusia natal mientras me paraba frente a ella con los brazos en cruz: “Mamuschka, usted ha cocinado para su pequeño satcha. Es un milagro de Navidad”. A modo de respuesta, su “¡correte pelotudo!” sonó demasiado criollo y malintencionado.

Después vino la hora de la cena, un momento maravilloso, si obviamos la parte en que mi madre me apuntó con el sifón y dijo “¡Fuego!”, al tiempo que me tiraba un chorro de soda en el ojo. O ese raro momento en que mi esposa, pobrecita, estuvo durante unos quince minutos tratando de calcular, usando los deditos babeados y todo, cuántos pedazos de budín debía de cortar para que comamos tres trozos cada uno. O cuando, luego de ir al baño y regresar a la mesa, casi me muero de un infarto cuando mi plato voló al carajo porque las chicas me metieron un triangulito entre la ensalada. O ese otro, ya influenciadas por el alcohol, en que decidieron meterle un tres tiros (apuntando para adentro), en el caño de escape del auto del vecino.

Pero lo más raro fue cuando llegó Papa Noel con los regalos. Ceremonioso, bajó del trineo y me entregó un paquete, al tiempo que me decía el clásico“¡Feliz navidad, jo, jo jo!”. Abrí mi regalo y me puse re contento, era una hermosa cajita de tres calzoncillos, que sólo contenía dos calzoncillos adentro. “Necesitaba uno porque me quedé sin bombacha”, explicó mi madre ante mi desconcierto.
Después Papá Noel le entregó a mi madre una remera de Poison que le compró mi esposa (“Gracias mija” fueron sus palabras emocionadas), y un bello reloj pulsera con incrustaciones en piedras preciosas que le regalé yo y sobre el cual opinó “Qué era una poronga berreta”.
Hasta el momento, todo venía bien; pero se pudrió todo cuando de la bolsa roja, Papa Noel sacó un camioncito de juguete y se lo ofreció a mi esposa. “Tomá querido, esto es por haberte portado bien, ya estas medio crecidito pero te lo dejo igual”, dijo San Nicolás sin percatarse de la mirada furiosa de mi media sandía. Y de ahí en más, la tragedia. Era lógica la confusión de Papá Noel, teniendo en cuenta la barba tipo candado que usa mi esposa, debido a una rara anomalía hormonal que otorga a su rostro el pelaje de un canguro.
Pero semejante confusión no sería perdonada y se desató así la ira de mi mujer, que al instante le pegó de canto en los dientes con una barra de turrón recién sacada de la heladera. A esto, mi vieja, que para el bardo es mandada a hacer, se le fue encima con una Doble Nelson mientras que mi esposa, se paró en el tablón que oficiaba de mesa y con una mandoble descendente le abolló la croqueta al pobre Papá Noel. Sin embargo, el gordito es bastante ágil y con un movimiento de judo se deshizo de mi madre y levantó las manos en posición de combate dispuesto a enfrentar a mi esposa. Grave error, porque el trabajo conjunto suegra-nuera fue impecable y mientras mi madre lo golpeó arteramente, desde atrás, con una botella de sidra directo en los testículos, mi esposa levantó la garrafa de la chopera y se la acomodó en la carretilla. Ahí nomás cayó seco Papa Noel. Yo, mientras tanto, como para cambiar de tema dije “qué rico estaba el lechón”, pero la noche ya había degenerado y estaba perdida, el alcohol y la violencia habían hecho lo suyo, así que entre mi madre y mi mujer, atizándome con insultos y amenazas, me mandaron a dormir, porque estaban planeando afanarse el trineo para ir a un bar de marineros finlandeses que en Navidad se pone re lindo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otra vez me saco la galera, señor, usted es un maestro jedi, un elfo, un delantero del Arsenal, usted es un galáctico, genio!, genio!...