25 abril 2008

HISTORIA CUALQUIERA DE UN PESO CON CINCUENTA QUE PASO EL FIN DE SEMANA






Como ahora soy un hombre de familia (tras casarme con una potranca fértil que habrá de darme unos cuántos cachorros) los domingos ya nos los malgasto tratando de recuperar la visión y el reconocimiento de formas simples sino que, muy por el contrario, los domingos se han convertido en el día ideal para planear nuevas estrategias en mi plan de dominación mundial. Es así que desde hace un tiempo, nos juntamos con unos amigos para, tablero de TEG en mano, analizar cuales son nuestras verdaderas posibilidades de conquistar Europa del Este antes del 2009, mientras mi fiel Pampa se encarga de hacer el asadito para el mediodía, para lo cual lo entrenó un peón de uno de mis numerosos campos.
En esas estábamos cuando pasó algo re gracioso que les quiero contar. Resulta que mientras organizábamos nuestra estrategia de ataque, nos preparamos una copita, y una copita se hicieron dos y dos son cuatro y cuatro y dos son seis y seis y dos son ocho y ocho dieciséis y ocho veinticuatro y ocho treinta y dos y cuando nos dimos cuenta la farolera tropezó y el ánimo festivo ya se había instalado en la reunión y así fue como comenzaron los cascotazos a los autos que pasaban y como terminamos prendiendo fuego la ropa de la vecina que estaba colgada en el alambre.
Y, debo confesarlo, yo también estaba un poco alegrón y así fue como perdí la compostura y se me ocurrió una idea funesta. Se me ocurrió soltar a mi esposa, a la que mantenemos enjaulada desde enero, porque mordió a un perro que pasaba por la calle.
Cauteloso, me acerqué a su jaulita y, lentamente, abrí el candado. Luego, me alejé velozmente unos cuántos pasos aunque, contrariamente a lo que yo esperaba, no se abalanzó sobre mí como una fiera enloquecida, sino que se restregó los ojitos llenos de lagañas, se limpió los mocos con las mangas de su chaleco de lana, y miró para afuera, con la boca abierta. "¡La pucha, me dije, como cambió esta mina!".
Me acerqué y extendiéndole la mano le dije: "Vení mi amor, mirá, el Pampa te hizo un asado. Andá a fijarte la pinta que tiene". Al oír hablar de comida, se le iluminó el rostro y salió al trote a la parrilla, para deleitarse con el espectáculo de la carne vacuna cociéndose lentamente. Lo que nunca imaginé es que tuviera tanta hambre toda junta, ya que su entusiasmo la llevó a tratar de comer el asado directamente de la parrilla y aunque gritaba de dolor, tampoco dejaba de masticar un pedazo de vacío. Alarmado, fui corriendo y de una patada en pleno tórax la arranqué de la parrilla y al mirarla, me dio impresión: tres rayas rojizas cruzaban transversalmente su rostro, dándole un aspecto temible. Además, los calientes jugos del vacío que estaba masticando, le cocieron literalmente los labios. ¡Adermicina urgente! Grité desesperado, pero nadie respondió. Lo miré a Pampa, y haciéndole una seña con la ceja, le di a entender que buscara el pomito de adermicina, indicándole que lo tenía guardado en el segundo cajón de la derecha, del toilette, el que tiene el espejo grandote, y que el pomo estaba justo debajo de mi colección privada de revistas "Nalgas de Chocolate". Atento, Pampa fue velozmente a mi habitación y volvió con el pomito de adermicina entre sus fauces. Lo tomé, y se lo alcancé a mi esposa, que seguía gritando y que, en mi descuido, estaba comiendo a dedos limpios una morcillita que había extraído de la parrilla. La sacudí por los hombros, la abofeteé a la manera siracusana (a la ida y a la vuelta) y mirándola fijamente le mostré el pomo de adermicina haciéndole evidentes gestos de cómo debía utilizarse. Cuando finalmente asintió, pensé que había comprendido y bajé la guardia. Ahí fue cuando escuché otro grito de dolor y vi que tenía la parte de atrás del pomo engarzada un la oreja, inexplicablemente.
Ahí no pude más. Todo tiene un límite. Tanta estupidez me superó y me salió el Tyson de adentro y la emboqué con un cross a la mandíbula que la hizo trastabillar. Pero me hizo frente, porque el hambre y el encierro, más la adrenalina del dolor, le habían dado fuerzas.
Agarró una tira de choricitos y a la manera de un ninchaku me lanzaba golpes, mientras yo saltaba de un punto a otro del patio, pero en eso tropecé y llegó la fatalidad, ya que viendo mi desventaja, mi esposa arrojó los choricitos, tomó la pala de las brasas y me tiró un planazo al cuello. De suerte, evité la maniobra y otra vez recuperé la guardia. Allí fue cuando se abalanzó nuevamente sobre mí con la conocida maniobra del "enroque tucumano", que consiste en atacar al oponente con el codo, la rodilla, el talón y la cabeza, de manera simultánea.
Por suerte, Pampa se dio cuenta de la maniobra e intercedió. Rápidamente, hizo su gracia más interesante: recitar completo El Rey Lear, de Shakespeare. Así mi novia grió sobre su eje y miraba arrobada a mi perro ya que Shakespeare la calma, lo que me dio tiempo de buscar una tabla de pino y, de media tijera, hacerle perder la conciencia.
Una vez desmayada, la tomé de las piernas y la arrastré de nuevo a su jaulita. Sin embargo me sentía mal por lo sucedido, así que puse adentro de su jaulita un martillo y unas cuantas baldosas, ya que su principal diversión es reventar baldosas a martillazos.
Bien, ahora viene lo gracioso, porque justo cuando terminaba de poner el candado, llegó uno de mis colegas (el de la careta de Optimus Prime), y se contó este chiste que no quiero que se pierdan:
Un muchacho está en un boliche, y al observar a una bella jovencita, se le acerca, tratando de entablar una conversación:
- Hola, que tal, me llamo Pedro... ¿Y vos?
- Yo me llaumou Veuróunica- responde la joven.
- ¿Veruróunica? ¿Sos yanqui?
- Nou, soy anourmal.

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