09 febrero 2007

Ahhhhhhhhh, después del éxito indiscutido de Gran Hermanastro, volvemos a lo de siempre:
"masculino, veinteañero, en paños menores y con sombrero bombín, con las patas subidas a un
escritorio de ébano torneado, tomando poderosa bebida de color azul oscuro, pensando en el orden karmático de la existencia". Seeeeee. ¡Dejamos los realitys y volvemos al periodismo de alto impacto!

Uhhhhh, gracias, muchas gracias a todos los auspiciantes que nos bancaron económicamente la casa de Gran Hermanastro, un verdadero exitazo, una verdadera máquina de hacer guita. Técnicamente, todos nos volvimos multimillonarios, aunque yo me desbarranqué económicamente en seis horas: me fui al casino y aposté TODO al 34... ¡Y salió el 34! Chocho de la vida, salí de ahí doblemente millonario, pero con tanta mala suerte que justo paso por un lupanar y ¡ay de mí! con engaños me durmieron y me hicieron despilfarrar todo mi dinero. Menos mal que mis socios de producción corrieron mejor suerte y ya están todos en Paraguay, comprando artículos electrónicos para reventa, así que alguna changa voy a conseguir. Incluso el customer design del programa, Francisco Juan Arandiru de Ibarrrgurrrein, pudo cambiar el coche, ahora maneja alegre un fitito tuneado, con motor completamente rectificado.
Bue, vayamos a lo nuestro. No sé si saben, pero hace muy poquito fui papá. Gracias a todos los que me enviaron sus saludos, champaña y queso cuartirolo, para celebrar ese día tan especial, cuando nació Felipe, con sus dos kilitos cuatrocientos. Pamela David está bien de salud, gracias. Un poco gorda eso sí, razón por la cual nos distanciamos (yo le dije "parecés un lechón, si te ve Babe, te engarlopa". No sé por qué, pero me pegó con un suero en la cara. Debe estar sensible por la depresión post parto. Y como yo no soy hombre que tolere los desplantes de una mujer, ahí nomás le dije "¡del pibe te hacés cargo sola y mañana mismo mi abogado te va a presentar la demanda correspondiente!" y me fui de la sala de maternidad, no sin antes chapar con una de las enfermeras que me tiraba onda. Así me retiré a mi chalecito en las sierras, pero las revistas del corazón se enteraron del incidente, y entonces mi casa se llenó de periodistas. Por suerte, tenía en condiciones mi Kalashnikov, y les arremangué al viejo estilo Maradona, por arriba del tapial.
Acosado por la prensa, con mi paternidad negada por la madre de mi hijo y lleno de furia porque me quemé con aceite mientras cocinaba, no sabía que hacer. Y de repente, la luz: una misiva de una conocida casa de electrodomésticos que me intimaba a abonar las cuotas impagas de la compra de un lavarropas o me lo embargaban, lo que, inexplicablemente, me llevó a recordar los buenos tiempos, cuando salía con Britney Spears, lo que me llenó de alegría el corazón.
A la noche ya estaba en Beverly Hills, saltando por la tapia la mansión donde vive con su pareja Isaac Cohen, un pibe que labura de modelo y que es medio nabo.
Me metí por la cocina, jugué un rato con Tom (nuestro perro ¡ah cuanto recuerdos! ¡cómo cuando lo agarré con el rifle por desobediente!) y luego me metí en la habitación, donde Britney (un poco más gorda que de costumbre, ¡pero no hay grasa que valga para el corazón!... salvo el colesterol) yacía junto a ese pavote. Muy lentamente, me acerqué, la desperté sin hacer ruido y le dije en perfecto inglés "Venite Brit, que tengo que charlar con vos un temita de plata. Vamos a la cocina".
Se restregó los ojos y cuando me reconoció, un brillo de renovado ardor la envolvió.
Cuando llegó a la cocina, se produjo el siguiente diálogo:
Britney: ¿qué querés, son las tres de la mañana?
Yo: nada, te extrañaba y quería verte.
Britney: ¡que tierno!...naaahhhh... ¡vos querés otra cosa!
Yo: en realidad sí... necesitaría que me pagues las dos cuotas del lavarropas. Serían junio y julio.
Britney: (insulta en inglés) ¡Maldito! ¡El lavarropas lo compraste cuando vivías con Elizabeth Hurley, conmigo compraste el horno!
Yo: ¡uh! (me rasco la cabeza) ¿Denserio?
Britney: si...
Yo: ¿y ya está pago el horno?
Ahí se sucede una situación difícil de explicar, ya que todo sucedió muy rápido. Sólo recuerdo que ella tomó un picahielo y se arrojó sobre mí lanzándome una letal estocada. Pero no por nada me dicen la "cobra esquiva" (algunos también me llaman "esquiva cuando le cobran"), así que hice una finta hacia la izquierda, y cuando ella pasa de largo, la aferré de atrás con contacto pleno. Y pasó lo que tenía que pasar. El empalme de mi masculino torso desnudo (yo a las casas ajenas ya entro en cuero) avivó la dormida llama de aquella antigua efusión, con renovado ímpetu, que se manifestó allí nomás, sobre la misma mesa en la que cada mañana desayunan. Cuatro o cinco veces se manifestó esa pasión, hasta que su mirada ya solicitaba clemencia. Fue ahí cuando nos quedamos dormidos, olvidados del mundo y del pobre Isaac, que al levantarse por la mañana, para desayunar sus waffles con tocino y mondongo en escabeche, observa la situación y se pone a gritar como señorita afligida.
Obviamente, cuando me desperté, la sorpresa fue mayúscula, y cuando caí en la cuenta que no se tragaba mi historia de que era un arquitecto de vanguardia que venía a reformar la cocina, opté por alejarme silbando bajito, esperando que se arreglen entre ellos, porque yo seré lo que seré, pero en problemas de pareja no me meto. Por suerte, alcancé a manotearle la billetera, así que al lavarropas no me lo embargan.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

JA, QUE TE VAS A AGARRAR A BRITNEY VOS

Anónimo dijo...

CHE BOLU, NO ANDAN LOS COMENTARIOS, RECIÉN ESCRIBÍ UNO Y ME APARECE COMO ANÓNIMO
¡¡¡ARREGLÁ ESO QUE QUIERO SER CONOCIDO!!!

Anónimo dijo...

soy el pirata morgan y esta página es cualquiera... pero me cago de risa