21 febrero 2007


Verdadera historia de cómo conocí al amor de mi vida, me agarró un infarto de miocardio, perdí al amor de mi vida y me enteré de que mi mejor amigo me traicionó, todo en el Día de San Valentín.

Ante todo, lo primero es lo primero. Feliz Día de San Valentín a todos los enamorados. Ahhhh, que esperaban, que me ponga a despotricar como loco contra esta fiesta extranjera, como suelo hacerlo, pues no, este es otro de mis imprevisibles cambios de actitud. Pero todo cambio responde a un causal. Y el mío es doloroso, porque significó un duro impacto a mi sensible corazón.
La cosa fue así: resulta que el miércoles por la tarde, me fui al Chets y Conchets Tennis & Backgamon Social Club, donde estaba jugando un cuadrangular con mis amigas íntimas, las actrices Charlotte, Catherine y Nadine. Iba yo ganando por tres sets, cuando apareció ella y me dejó deslumbrado. No sé que tendría, pero algo en ella captó mi atención. Esa falta de atención me hizo perder ventaja en el tanteador, pero no me importó, pues mi viejo corazón (me hice un transplante y el donante tenía 86 años) hacía tiempo que no galopaba así, al compás del amor. Pero de repente, el sudor frío y un calambre en el brazo izquierdo me avisaron que algo andaba mal y ahí nomás pasó, me agarré un infarto agudo de miocardio y caí planchado en el polvo de ladrillo.
Gracias a la Providencia, Nadine siempre anda con un frasquito de Digoxina en el bolsillo, así que me salvé por un pelito. Pero lo bueno es que cuando despierto, un número importante de curiosos se había arrimado a verme, y entre ellos, a un costadito, la veo a ella, con su barba, sus bigotes y sus pelos en la espalda. ¡Eso era lo que había llamado mi atención, era peluda como un oso! Nos miramos a los ojos, sondeamos en lo profundo de nuestras almas, y el radar hizo "píííííí" y descubrimos que éramos el uno para el otro. Que quieren que les diga, nos enamoramos. Me incorporé, me quité el polvo de mi indumentaria y la invité a tomar algo. Fuimos al restó del club. Como quería impresionarla, le pedí al garzón algo sencillo: un bebé leopardo a las brasas, bien cocido en colchón de espárragos y queso italiano, con papas a la francesa y ensalada mixta de aceto balsámico. En cambio ella, más sencilla, me dejó estupefacto con su demanda: "un gato negro, crudo y sin piel, flotando en gasoil". Apa la papa, pensé, una apasionada de la gastronomía rosarina.
Comimos, charlamos, y entre ruidos animales de masticación, eructos contenidos, y tenedores que chirriaban contra los dientes, sentimos nuevamente que una invisible soga nos acercaba a los abismos irresistibles de la tentación amorosa. Vi sus ojos y lloraba: "Tiene mucha pimienta" me dijo, intentando disimular sus sentimientos. Ese candor, esa inocencia, me dieron nuevos ímpetus y ahí nomás me la jugué y le dije "Mirá peluda subnormal, creo que me estoy enamorando de vos". La respuesta no se hizo esperar. Agarró el pimentero, lo abrió con tranquilidad y luego, con un certero y ágil movimiento de su brazo derecho, me echó pimienta en los ojos al grito de ¡Te amo! ¡Te amo! Mientras yo, desde el piso, la invitaba a comer en casa a la noche.
Ya después del crepúsculo, estaba yo tranquilamente en mi penthouse, envuelto en mi smoking de seda hindú, paladeando unas hebras de queso de chancho regadas con sorbitos elegantes de un cortecito 2001 de merlot/malbec, mientras cocía pechugas de cebra grillé, glaseadas con salsa de arándanos y flumbié a la charnestorville de seso de tortuga gigante galápago. Un menú exquisito, ideal para homenajear en tan especial fecha a la dama peluda, de la cual pensaba obtener ciertos favores (hace unos días me cortaron la tarjeta de crédito y ando corto de fondos). Me sentía un ganador, la sonrisa habitaba permanente en mi rostro y mi corazón, ya más tranquilo, trotaba con la tranquila felicidad de quien sabe amar y es correspondido.
Yo la había citado a las 21:30 según el huso horario del meridiano de Greenwich y en punto sonó el timbre.
¡Estaba deslumbrante! Se había hecho unas dulces y elaboradas trencitas en los pelos de la espalda y de la barba. Y tenía un abrigo de piel que armonizaba muy bien con su carácter.
La hice pasar caballerosamente, le serví una copa de vino, cenamos en silencio a la luz de las velas y a la brisa del ventilador. Después vinieron los postres: queso con membrillo para mí y una costeleta cruda para ella.
Por supuesto, luego de la cena, nos apoltronamos en un sofá y nos empezamos a mimar un poquito. A los veinte minutos, mi vejiga reclamaba desagote, así que me levanté, me incliné hacia ella y, aristocráticamente, le manifesté mi intención de cambiar el agua de las aceitunas.
Ya en el baño, imaginé los pasos a seguir: le declararía formalmente mi amor y mis intenciones de tener hijos con ella, comenzando a intentar esa misma noche. Me lavé las manos, arreglé el moñito del traje, me tiré agua florida en el cuello y en los muslos y salí del baño dispuesto a entregar mi corazón... ¡Y me horroricé!
Frente a mis ojos, la mujer peluda, mi enamorada, estaba besuqueando al fiel Pampa, mi amigo entrañable, mi perro de toda la vida, casi un hermano...
Ahí se produjo el siguiente diálogo:
Yo: ¿Qué hacés, ¡oh! malvada mujer peluda, dándote de a besos con el perro?
Mujer Peluda: (gritando) es que no lo entendés, soy una mujer perro, por eso soy tan peluda, fui criada por una familia de Golden Terriers que me enseñaron buenos modales... pero sigo siendo perro... y lo vi a él (señala a mi perro ¡mi amigo!) y me enamoré perdidamente.
Yo: ¿de ése mugriento? ¡Si se lame los testículos a diario!
Pampa: ¡¿A quien le decís mugriento?! ¡Me los lamo porque me pican!
Yo: Ah, mostraste la hilacha... resulta que ahora hablás.
Pampa: ¡el amor me hace hablar!
Yo: (agarrando una espada Jedi) Yo te voy a dar amor canino traicionero...
Pampa: (saltando en sus cuartos traseros) ¡Vení! ¡Vení! ¡Te voy a reventar!
Luego todo fue muy rápido. Me abalancé hacía mi traidor perro, lanzándole una patada giratoria de Chuck Norris, la cual esquivó, a la vez que me propinaba un cabezazo tucumano. Ahí nos trenzamos en una vorágine de piñas y mordidas, hasta que veo a la Mujer Perro que tomaba una lámpara y me la daba en la nuca. Caí desplomado.
Horas después, all despertar, encontré la casa revuelta y la siguiente nota: "Nos fuimos con el Gran Circo del Loco Macoy. Yo seré "La Increíble Mujer Peluda" y Pampa será "El Asombroso Perro Parlante". Nos casaremos y tendremos muchos cachorros. Al primogénito varón le pondremos tu nombre, para recordarte. Te robamos algo de plata para arrancar nuestra nueva vida. Ambos te queremos mucho y lamentamos lo que pasó".
No lo iba a decir, pero lloré. Lloré como un niño por el amor, por la amistad, y por la plata. Me sentí triste y abandonado, pero luego Escupido iluminó mi corazón y comprendí, finalmente, que el amor es más fuerte... como los mentoliptus.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

caramba

chico lindo

volverse loco tan joven...

Anónimo dijo...

HOLA LOCO!!!!! UN ABRAZO GRANDE VIEJO....

Anónimo dijo...

que está loco, está loco, en eso todos coincidimos