
No sé que habrán hecho ustedes, pero yo la pasé en casa, con mi familia, es decir, con mi mami y mi esposa. En realidad somos una familia grande, bien italiana, pero si tenemos en cuenta a los parientes que nos hicieron juicio, los que me odian a mí, los que odian a mi mamá, los que odian a mi esposa, y los que nosotros odiamos entre los tres, contando también los que no pueden salir de la Colonia Montes de Oca y esos que nos olvidamos de invitar porque te morfan todo de arriba y no traen ni una garrapiñada, entonces la familia queda reducida a nosotros tres.
La noche comenzó temprano, cuando mi vieja pinchó el barril y se plantó al lado con la jarra juguera y le trajo un plato hondo de porcelana a mi esposa, para que tome directo de ahí, ya que proviene de una familia aristocrática del norte de Bolivia en la que tomar en vaso es mal visto. Mientras tanto, yo estaba sentado acariciando al perro y comiendo maní con chocolate, a la espera de que se descuiden para poder tomar un poco de barril, pero no me hacía problema, porque estaba entretenido viendo los

Después vino la hora de la cena, un momento maravilloso, si obviamos la parte en que mi madre me apuntó con el sifón y dijo “¡Fuego!”, al tiempo que me tiraba un chorro de soda en el ojo. O ese raro momento en que mi esposa, pobrecita, estuvo durante unos quince minutos tratando de calcular, usando los deditos babeados y todo, cuántos pedazos de budín debía de cortar para

Pero lo más raro fue cuando llegó Papa Noel con los regalos. Ceremonioso, bajó del trineo y me entregó un paquete, al tiempo que me decía el clásico“¡Feliz navidad, jo, jo jo!”. Abrí mi regalo y me puse re contento, era una hermosa cajita de tres calzoncillos, que sólo contenía dos calzoncillos adentro. “Necesitaba uno porque me quedé sin bombacha”, explicó mi madre ante mi desconcierto.
Después Papá Noel le entregó a mi madre una remera de Poison que le compró mi esposa (“Gracias mija” fueron sus palabras emocionadas), y un bello reloj pulsera con incrustaciones en piedras preciosas que le regalé yo y sobre el cual opinó “Qué era una poronga berreta”.
Hasta el momento, todo venía bien; pero se pudrió todo cuando de la bolsa roja, Papa Noel sacó un camioncito de juguete y se lo ofreció a mi esposa. “Tomá querido, esto es por haberte portado bien, ya estas medio crecidito pero te lo dejo igual”, dijo San Nicolás sin percatarse de la mirada furiosa de mi media sandía. Y de ahí en más, la tragedia. Era lógica la confusión de Papá Noel, teniendo en cuenta la barba tipo candado que usa mi esposa, debido a una rara anomalía hormonal que otorga a su rostro el pelaje de un canguro.
Pero semejante confusión no sería perdonada y se desató así la ira de mi mujer, que al instante le pegó de canto en los dientes con una barra de turrón recién sacada de la heladera. A esto, mi vieja, que para el bardo es mandada a hacer, se le fue encima con una Doble Nelson mientras que mi esposa, se paró en el tablón que oficiaba de mesa y con una mandoble descendente le abolló la croqueta al pobre Papá Noel. Sin embargo, el gordito es bastante ágil y con un movimiento de judo se deshizo de mi madre y levantó las manos en posición de combate dispuesto a enfrentar a
